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Manto de neblinas

            De la guerra, las imágenes de expresa violencia y dolor pueden tener efectos contradictorios; su circulación infinita puede derivar en la apatía antes que en la conexión humana. Encontrarnos una y otra vez con retratos de muerte, mutilación y hambre nos vuelve inmunes al sufrimiento ajeno. Alimenta nuestra curiosidad natural bajo la tranquilidad de saber que no son nuestros cuerpos los asediados bajo la línea de fuego. Ya lo advertían grandes mujeres como Virginia Woolf frente a los fotografías de la Guerra Civil española o Susan Sontag tras la Guerra de Vietnam. Aún así, en tiempos violentos que reclaman una actitud de empatía radical y la necesidad imperiosa de una memoria activa, prevalecen las preguntas de ¿cómo contar la guerra? ¿cómo ponerse en los zapatos de otras personas? ¿cómo habitar su piel, aunque sea un instante?

Compartir la hostilidad del territorio malvinense permite ensayar una posible respuesta en este memorial de la guerra para su cuadragésimo aniversario. La experiencia del clima es uno de los recuerdos más primarios que conserva cualquier cuerpo frente a otra geografía: los días de lluvia en la playa durante la infancia, el tacto de la nieve en la primera nevada o la sequedad del desierto en los labios. A partir de esa exploración sensible, esta ambientación nos transporta al paisaje vedado de manera artificial mediante una ilusión que resalta su ausencia en la memoria colectiva, es decir, en el cuerpo social. No estamos allá. No podemos estar ahí donde el territorio no acredita esa identidad nacional que figura en nuestros documentos. Podemos imaginarlo y ese acto nos acerca al anhelo y la desolación de quienes perdieron su juventud en combate.

La herida colonial penetra el cuerpo desde el frío, pero no estamos en soledad. Las hileras de asientos ofrecen compañía y las mantas, un gesto de abrigo social que recuerda a las frazadas que nunca llegaron a los soldados. La ambientación convierte al hall del teatro -ese espacio de transición entre las ficciones que llamamos realidad y las que ocupan un escenario- en un sitio de recogimiento y reflexión compartida. ¿Qué mejor lugar para estimular el pensamiento crítico sobre los relatos de nuestra historia? ¡Estamos ganando! afirmaba un titular infame. Ahora, para disipar el manto de neblinas del olvido, quizás sea necesario ganar una conciencia colectiva que vaya más allá del debido respeto a los contornos vacíos del mapa de las islas.

 

Leandro Martínez Depietri

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